sábado, 15 de junio de 2013

EL CONTRASTE DE LA GUERRA Y EL PROGRESO


Retrospectiva del atentado con bomba contra el ex presidente  Álvaro Uribe Vélez hace 11 años en Barranquilla


                                                        Foto tomada de www.skyscrapercity.com      

 Panorámica nocturna de la Avenida del Río Barranquilla


Confieso que soy poco amiga de las celebraciones rimbombantes y públicas, y menos si  la homenajeada soy yo. Así que el pasado domingo 12 de mayo  como la mayoría de mamás en Colombia yo también conmemoré el Día de las Madres pero a mi manera. Ese día entre varias opciones propuestas por mi esposo escogí  ir con las niñas a conocer la nueva y tan mencionada Avenida del Río de Barranquilla, y de regreso, entrar a recorrer el Museo del Caribe que recién celebró su cuarto aniversario de abierto al público. Obras de gran impacto y reflejo de los pasos agigantados del desarrollo urbano de 'Curramba la Bella'. Un plan sencillo pero pensado especialmente para  disfrutar en familia.

Así las cosas, tomamos la carrera 46, vía reconstruida y adecuada para ser  una de las troncales  del Sistema de Transporte Masivo de Barranquilla, Transmetro. Mientras recorríamos  la avenida también conocida como ‘Olaya Herrera’, pensaba en el vertiginoso progreso que esta ciudad de la costa atlántica colombiana ha tenido en los últimos años. Aunque –es lamentable reconocer- que esa prosperidad (social, económica e industrial) esté yendo de la mano con algunos problemas de inseguridad generados por delincuencia común y organizada que tienen  agobiados y muy preocupados a los barranquilleros.

Con mucha expectativa iniciamos nuestro recorrido hacia la calle 30 con la 46, intersección que tiempo atrás se constituía en una de las más caóticas, ruidosas y contaminadas de esta capital. Por ese punto,  atravesado por una de las ramificaciones del río Magdalena denominado ‘Caño de la Auyama’,  históricamente transitaba: el desorden vehicular, el bullicio de la gente, la invasión del espacio público con ventas informales de todo tipo, (especialmente de pescado) los olores nauseabundos, la contaminación visual y auditiva;  y aunque no me consta, el microtráfico de estupefacientes. 


Así que con todo ese panorama poco alentador que siempre conocí, que conservaba en mi memoria y al que los barranquilleros nos habíamos mal acostumbrados, me sorprendió cuando al llegar a esa zona del mercado público llamada ‘Barranquillita’, me encontré de frente con una realidad actual distinta a la de otras épocas. Esta vez, mi primera grata impresión fue con una urbe que se está abriendo paso a la modernidad, que  está reestructurándose y  ‘poniendo en orden la casa’.


Sin embargo, a pesar de redescubrir un ambiente despejado y descontaminado de toda esa maraña de confusión que reinó en antaño, fue inevitable que mi mente retrocediera hasta aquel fatídico 14 de abril de 2002 cuando una explosión estremeció  no sólo a ese populoso sector, sino a toda Barranquilla. Como quien dice, pasar por allí después de tantos años, generó una reacción automática e inconsciente en mi memoria que provocó se me ‘devolviera la película’. 


Casi matan al futuro presidente


                                        Así quedó el campero en el que se movilizaba el candidato Álvaro Uribe Vélez 


Era domingo, un día aparentemente tranquilo para  los periodistas que en la capital del Atlántico cubríamos las noticias Judiciales. Fue tan apacible la mañana que el rutinario recorrido que cada día hacíamos por las diferentes fuentes de  información (comando de la Policía, hospitales, Medicina Legal etc.) terminó más temprano que de costumbre. En casi todas las calles de Barranquilla se respiraba un ambiente de normalidad asociado a calles solitarias, poco tráfico vehicular y de personas. Sólo la algarabía generada por la música a alto volumen irrumpía la quietud dominical en algunas  cuadras y esquinas.

Antes de mediodía, con Edwin Torres Padrón y Manuel Pérez Fruto, mis compañeros de entonces en la Crónica Judicial, del diario La Libertad, ya habíamos regresado de vuelta al periódico para redactar las noticias encontradas durante esa jornada. Cada quien escribió lo suyo, así que antes de las dos de la tarde ya teníamos lista la edición del lunes 15 de abril de 2002, sólo restaba diagramar el cuadernillo y al periodista de turno (ese día Manuel  Pérez) le correspondía esperar unas cuantas horas más por si algo de último momento acontecía.


‘Mañe’ y yo nos quedamos otro rato en la sala de redacción dedicados a diferentes tareas. Como yo vivía inmersa en mi ‘pequeño mundo judicial’, más bien era poca la actualidad política que conocía, por cierto, muy agitada por esos días de campaña electoral en Colombia. Algo había escuchado sobre la visita ese fin de semana a la ciudad  de un candidato presidencial llamado Álvaro Uribe Vélez, nombre que en ese entonces para mí, como para muchos ciudadanos residentes en esta región costera, no  era muy familiar.


Recuerdo que  pasada las tres de la tarde, me preparaba para partir a casa. De repente un estruendoso ruido sacudió y estremeció las instalaciones del periódico y todo a nuestro alrededor. Con Manuel Pérez comenzamos a monitorear las comunicaciones policiales y a llamar a diferentes lugares a indagar sobre el origen de lo que se había escuchado  como un bombazo, sospecha que en cuestión de minutos confirmamos.


Raudos salimos  en nuestro viejo Chevrolet Sprint con dirección al  centro de la ciudad. Siguiendo las coordenadas de la onda explosiva y nuestro instinto periodístico, tomamos la carrera 45 encontrándonos a pocas cuadras con un campero Toyota Land Cruiser, color oscuro, semi destruido y  literalmente en rines. Curiosos desprevenidos que observaban atónitos el automotor, nos narraron que en éste se desplazaba con sus escoltas Álvaro Uribe Vélez y que pese al potente artefacto que estalló a su paso por Barranquillita, todos habían salido ilesos. Horas  después el mismo Uribe Vélez nos relató que la pericia del conductor y el alto blindaje de la camioneta los salvó  milagrosamente no sólo de la bomba, sino también de los proyectiles con que intentaron rematarlos en el mismo lugar del atentado.



Un campo de batalla

Lo que aconteció después del ataque terrorista sin precedentes en la capital del Atlántico, fueron escenas que yo personalmente sólo había visto en películas y en imágenes emitidas en los noticieros nacionales durante  la época de las  arremetidas violentas del tristemente célebre Pablo Escobar y otros carteles colombianos de la droga.

Personas corriendo despavoridas de un lado a otro, llanto, caos, sangre, sonido de ambulancias, policías por todas partes, hospitales recibiendo heridos, y lo peor: 3 muertos en el sitio de los hechos ( dos personas más fallecieron posteriormente) dejó ese tétrico domingo.



El Hospital General de Barranquilla recibió gran parte de las personas afectadas, así que mientras Manuel Pérez recopilaba la información de las víctimas fatales, yo me dirigí hacia ese centro asistencial para  contabilizar y escuchar de viva voz el testimonio  de los lesionados. La mayoría de esos heridos provenían del asentamiento subnormal conocido como ‘Las Colmenas’,  ubicado a un costado del puente de la carrera 46 con calle 30 (a pocos metros del atentado) y donde residían en condiciones deplorables cerca de 200 familias, la mayoría integrada por vendedores informales de pescado y verduras.  

Los niños, las mujeres y los adultos mayores  llevaron la peor parte, pues quizá por el hecho de ser domingo en la tarde, eran quienes se encontraban en sus casas descansando o dedicados a los quehaceres domésticos. Más de 20 personas vi entrar al hospital sangrando, aturdidos, algunos pidiendo auxilio, mientras otros llorando se preguntaban ¿por qué a mí?. A lo mejor la respuesta más aproximada sea: una jugada de mala suerte del impredecible destino.   


Once años después de ese trágico episodio que por siempre quedará marcado en la historia reciente de Barranquilla, las familias afectadas seguramente  todavía lo conservan intacto en sus memorias; otros ya habrán olvidado, por su parte el hoy  ex presidente de Colombia (quien se ha salvado de varios atentados) sigue “vivito, coleando” y vigente. Mientras tanto la vida en esta ciudad continuó su rumbo y su camino hacia el progreso que pareciera no detenerse. Un inevitable contraste entre la guerra y la prosperidad, a propósito de los diálogos de paz que en estos momentos se desarrollan en medio de un cruento conflicto armado que todos soñamos acabe algún día.   

                               
                                               ...PUNTO APARTE

Dedicado a todos mis ex compañeros del Diario La Libertad, de quienes mucho aprendí y a su director-fundador don Roberto Esper Rebaje por haberme dado la oportunidad de aprender en su maravillosa 'escuela'

Jorge Enrique Payares Nieto: Trágica tarde de domingo, la mañana había estado floja y el turno judicial pintaba suave, todos augurabamos una salida temprana, y vea la visita del candidato presidencial se volvió un suceso inolvidable y nos recordó que los turnos judiciales en el periodismo son impredecibles y cambian el curso de las cosas en un fragmento de segundo. Buenísimas tus letras Margarita, pero más bueno es que lo escribas para que nadie nunca lo olvide.

Guillermo Josée González Pedraza: Les recuerdo que a mí me encargaron la misión de ir con Uribe en su recorrido. Primero en la tiendecita, después por el río. Llegamos a la Sociedad Portuaria y me fui a revelar. Dejé a Óscar y a Capella con el candidato. Cuando estaba listo para revelar sonó la bomba. Salí con el sr. Eduardo y tomé a Uribe con Maloff en la 45 con 42 y el Montero. Luego seguí al puente y peleé con el policía que no me dejaba pasar por que habían más explosivos. Al llegar al puente tome varias fotos de  sangre  y adivinen que pasó?... se me acabó el rollito. Como siempre Capella me dio dos ‘colitas’. Llegó después Satur y fuimos al hospital Barranquilla. Buena experiencia llena de adrenalina y aprendizaje. Gracias Elvis por recordarla.  




jueves, 11 de abril de 2013


NOS INVADIERON LOS CHINOS



La ‘invasión’ china se da en Colombia desde que tengo uso de razón. Mi primer ‘encuentro’ con   ese país fue durante mi niñez. O quién de mi generación o un poco antes a la mía no vistió durante su infancia las famosas camisetas chinas, de las blancas, aquellas que nuestros padres  por pura economía, por frescas y cómodas, nos compraban especialmente para hacer educación física.

Frescura, comodidad y  porque permitían ahorro al  desgastado bolsillo de la clase asalariada colombiana. Tres cualidades que hacían de esta prenda  muy apetecida.  Pero les faltaba un detalle: calidad. Y es que no se puede negar que con estos suéteres chinos aplicaba el adagio popular que reza  “lo barato sale caro”, pues al poco tiempo de colocárselas, lavarlas y restregarlas una y otra vez, el cuello se deformaba, la tela se perforaba y sólo quedaban sirviendo como trapo de cocina.

Mi segundo acercamiento con lo  chino, fue precisamente con los chinos, es decir, con ellos de carne y hueso. Sucedió en Campo de la Cruz, municipio del Atlántico, donde residían mis abuelos maternos y donde sagradamente en todas las vacaciones - y a veces en contra de nuestra voluntad- nos mandaban a mi hermana y a mí, a pasar cuantas vacaciones escolares teníamos durante  el año.

Era mediado de los años 80 cuando en una de esas tantas idas y quedadas, llegamos a Campo  y el pueblo andaba revolucionado. El motivo del revuelo de sus pobladores era originado por la presencia de unas personas un tanto extrañas y diferentes, poco sociables, que llegaron como tripulación de la Draga China. 

Su fisionomía, sus raras costumbres y especialmente, su idioma indescifrable, eran la sensación por esos días. Como el trabajo de  dragado en el río Magdalena iba para largo, los orientales se hospedaron en varias casas ubicadas en la calle principal del centro de la municipalidad. De día trabajaban en la draga, mientras que en el tiempo libre  se recreaban.

Una de esas noches con mi hermana y un grupito de amigas, nos fuimos al centro, también a curiosear detenidamente a los extranjeros a quienes mirábamos  cual  extraterrestres de ojos rasgados. Sus actividades de entretención se convertían en  un espectáculo cuando todos salían y  se sentaban en grupos repartidos  a lo largo de la calle, a disputar diferentes juegos de mesa. Las damas chinas se quedaban en pañales frente a los otros incomprensibles pasatiempos que estos orientales trajeron para divertirse en sus horas de descanso.

Nadie entendía de lo que hablaban, si los gritos correspondían a discusiones, o si sus risas  significaban burlas causadas por la gran afluencia de espectadores a su alrededor. Varios meses estuvieron los chinos en Campo de la Cruz, se fueron por donde vinieron y se llevaron  la draga a otra ciudad de Colombia.

Con el transcurrir de los años (se calcula que desde hace 15  aproximadamente) los fabricantes chinos comenzaron a mostrar mejoría en la calidad de sus productos manufacturados  y desde hace menos de una década, inundaron el mercado nacional con  artículos de todo tipo. Actualmente la China ocupa el tercer lugar como uno de los  mayores importadores en Colombia, después de Estados Unidos y México.

Inventario   ‘made in China’



En el mes de diciembre pasado, Dios me dio la oportunidad de comprar los regalos de navidad, representados en su mayoría en ropa y juguetes. Así, que siguiendo mi costumbre de leer indicaciones, ingredientes, fechas de vencimiento y lugar de procedencia de los productos que adquiero, bien sea para mi uso o consumo,  me di a la tarea de hacer una lectura minuciosa de los ítem antes mencionados.

Poco me sorprendió que todos los juguetes, comprados en un prestigioso almacén de esta ciudad, tenían en su etiqueta el rótulo ‘made in China’. Se  trataba de artículos bonitos, buenos y de moda para los niños y niñas, fabricados por los chinos e importados por distribuidoras colombianas. Lo mismo sucedió con la mayoría de prendas de vestir: de buen  diseño, material y colores del momento, que nada tienen que envidiarle a las confecciones nacionales.

Se supone que la consigna es que de la China se importen artículos que no se fabriquen en nuestro país; no obstante, lo que más vende el comercio formal e informal son las manufacturas y el calzado procedente de esa nación asiática, segmentos en el que los colombianos somos expertos.

De la China además de ropa, llegan centenares de productos  que por sus  bajísimos precios  se convierten en una dura competencia para los nacionales. Además de ropa también llegan procedentes de ese país oriental: calzado, juguetes, electrodomésticos, pilas, bombillos, muebles, llantas, bicicletas, motos, automóviles, teléfonos,  y no pare de contar porque la lista es larga. Mientras que Colombia sólo exporta a ese país: café, aceites derivados de petróleo, cueros, insecticidas, madera, desechos de aluminio y de plástico, así como productos  elaborados con acero inoxidable como machetes, tijeras y cuchillos.

Así que en vista de todos esos antecedentes de ‘invasión’ en nuestro mercado, que no data de ayer, ni del año pasado, me pareció exagerada  la controversia generada a principios de este 2013, por la llegada de unos sombreros chinos que a mi parecer, no eran imitación de  los vueltiaos, sino parecidos (llámese chiviados, falsificados o pirateados)  pero con su propio estilo.

Entiendo que los sombreros vueltiaos colombianos, representan un Símbolo Cultural de la Nación, que son hechos artesanalmente por más de 7 mil  familias que devengan su sustento diario de este accesorio y que debemos defender lo nuestro.  Lo que no entiendo es ¿por qué entonces  los otros sectores de la economía nacional que se han visto directamente afectados por una dura competencia china, no han sentado su voz de protesta formal, o por lo menos, exigido más garantías de distribución y comercialización con respecto a esa rivalidad desigual?.

Quizá porque los sombreros nacionales tuvieron dolientes. Pero para mí, sinceramente, los chinos estaban bonitos, bien hechos, ajustaban a la medida, buen diseño y material ‘todo- terreno’, como si los hubiesen elaborados pensando en el  duro trajín de los carnavales de Barranquilla. Especialmente entre los jóvenes calaron bien  porque además de lo anterior,  se acomodaban al presupuesto: mientras que los vueltiaos costaban 30 mil pesos ( los más baratos), los otros se  conseguían en la calle por $10.000, que al final se convertían en 8 mil, con la concebida rebaja. Creo, reitero, que  no imitaban a los vueltiaos colombianos, solamente que los chinos como buenos fabricantes y estrategas de mercado, vieron en ese artículo una excelente oportunidad de negocio.

La misma oportunidad de  ganancia  vieron los empresarios colombianos que invirtieron una fortuna en traer un cargamento de  casi un millón de sombreros comprados a una irrisoria suma de $250  la unidad.  Finalmente el gobierno nacional ordenó el retiro del mercado de  estos sombreros sintéticos, así que ganaron una batalla los artesanos colombianos, pero perdieron  los comerciantes que con la esperanza de una buena utilidad se quedaron con las manos vacías y con los crespos hechos.

Al fin y al cabo desde que Colombia decidió entrar en la ‘onda’ de la globalización, léase: una nueva era de apertura económica, los chinos, -muy pilosos ellos a la hora de producir-, aprovecharon el auge para traer sus productos asequible para todo tipo de consumidor,   quienes finalmente somos los más beneficiados a la hora de comprar y encontrar un abanico de posibilidades para escoger.

Sueño con algún día con conocer la China; pero el día que eso suceda, tendré en cuenta que  cuando salga a caminar por las calles de Pekín, no vestirme con alguna de esas blusas chinas de moda que tengo. Claramente puedo vislumbrar a un grupo de señoras en una esquina mirándome con sus pequeños ojos, murmurando en su complicado idioma y riendo en voz baja. Quizá en ese momento, sea yo el blanco de burlas de aquellas mujeres, porque a lo mejor la ropa que llevo puesta la confeccionaron ellas.

miércoles, 3 de abril de 2013

LA VIDA ES UN CARRUSEL




Hace unos meses llevé a mis hijas menores de 4 y 2 años respectivamente, a montar por primera vez en un carrusel; los mismos que hasta ese momento sólo habían visto en muñequitos de Discovery Kids y Disney Junior. Visiblemente emocionadas hicieron una corta fila de niños y niñas acompañados por sus padres, y al tocarles el turno de entrada corrieron desenfrenadas a escoger sus caballitos. La mayor buscaba el violeta, mientras que a la pequeña poco o nada le importaba el color.

La niña buscó insistentemente el animal morado, pero al no hallarlo desocupado, resignada y sin problema, montó otro. En cuestión de segundos se dio inicio a la giratoria aventura que las llenó de alegría. Definitivamente ver sus rostros sonrientes y llenos de felicidad no tiene precio. Yo me divertía por ellas, pero sinceramente a los pocos segundos ya estaba mareada de tanto dar vueltas y vueltas, subir y bajar.

Comparo ese carrusel de caballitos donde tanto se divierten los niños  con la vida misma, porque gira, gira, unas veces estamos arriba, otras abajo y al final quedamos en el mismo punto de partida que en la existencia humana equivale  a nada.

Llego a esta reflexión a  propósito de la reciente aprehensión de una prestante dama de la sociedad barranquillera, quien hace unas semanas atrás, fue privada de la libertad tras estar siendo investigada por un presunto delito. No soy quien para prejuzgar y mucho menos para juzgar, de eso que se encarguen los jueces porque para eso les pagan. Y no lo hago porque como católica creo que emitir juicios a priori es pecado. Como dice una amiga “ser cristiana no es una religión es un estilo de vida” y todo el mundo es inocente hasta que se le compruebe lo contrario, aunque a veces la justicia también se equivoca y en Colombia sí que se ha equivocado.


No quiero hacer apología, ni alabar, ni demeritar, ni nada de nada, a nadie. Estoy convencida y la vida me ha enseñado que no debemos prejuzgar por una simple apariencia,  por que como reza el refrán,  no todo lo que brilla es oro y cuando uno menos espera, el mendigo puede ser el rey, casos se han visto.

LA TENÍA EN UN PEDESTAL


                                  Silvia Gette, ex rectora de la Universidad Autónoma del Caribe

Corría  el año  1992 cuando ingresé a la facultad de Comunicación Social Periodismo de la Universidad Autónoma del Caribe de Barranquilla. Con mucho esfuerzo me matricularon para materializar mis sueños de ser periodista. Mi papá con su salario de policía activo pudo pagarme mis estudios profesionales, así que conociendo el sacrificio económico que hacían en mi casa,  me dediqué a estudiar mucho y a  conciencia.

Como buena primípara, con un grupo de compañeras  nos metimos a cuanto curso y actividad extracurricular ofrecía la `U´.  A medida que pasaban los meses,  muchos de los `afiebrados´ de primer semestre, fueron desertando. Con Ana María Held, una de las estudiantes con quien más tuve afinidad y quien luego se convertiría en una de mis mejores amigas (amistad que todavía conservamos), seguimos para adelante, no obstante, a mí, la fiebre me duró  solo un semestre, a Ana, varios más.

En teatro nos encontrábamos cada sábado con Ana María. Las clases eran impartidas en una casa grande ubicada diagonal a la Autónoma, adecuada como la sede de los talleres de varias disciplinas artísticas. La prestigiosa escuela en ese entonces tenía como nombre `Academia de Arte y Gimnasia del Caribe´ de donde se ha graduado más de un actor  profesional. Me acuerdo que las paredes de la academia estaban adornadas  con retratos y fotos hermosamente enmarcados de su fundadora y directora, la señora Silvia Gette Ponce. Los cuadros hacían alusión a instantes de algunas de las presentaciones que por el mundo, hiciera en otrora, la ciudadana argentina radicada en Barranquilla, cuando en sus años de juventud perteneció a una compañía de baile.

Por lo menos a Ana María y a mí, nos embelesaban esas  bellas imágenes de la señora con sus bellos, exóticos  y coloridos vestidos. Pero más admirábamos el hecho de que la bailarina se convirtió después en la esposa del rector de la Autónoma del Caribe, Mario Ceballos Araújo (q.e.p.d.) . Años posteriores la  señora  Gette se graduó como abogada, título al que le prosiguieron maestría y doctorado. La `doctora  Silvia´ -como era conocida  y llamada en toda la región Caribe- pasó a ocupar un importante cargo directivo en el Alma Máter y aunque de vez en cuando la veía en la Academia, mi primer acercamiento personal con ella fue varios semestres después en su oficina. 

Como muchos de los alumnos que pagábamos matrícula con el salario de nuestros padres, cada principio de semestre debíamos hacer una larga fila para pedir financiación. Por razones de salud, ya que me encontraba en avanzado estado de embarazo de mi segunda hija, no pude pasar la solicitud en los tiempos estipulados. Esa demora por poco coloca  en riesgo mi semestre, así que con gran preocupación me dirigí a la oficina del Director Financiero para   explicarle mis motivos. Pero la suerte parecía jugar en mi contra pues el encargado de autorizar mi crédito se había ido sin dejar rastro.

Fue en ese momento cuando me recomendaron como segunda opción ‘pedirle cacao’  a la ‘doctora Silvia’, la otra directiva encargada de autorizar los pagos por cuotas. Me mandaron donde ella, no sin antes advertirme que no garantizaban nada, ya que antes de verla había que solicitarle cita previa. Sin dudarlo y con mi inmensa barriga de 6  meses me dirigí a la otra oficina y tras explicarle a la secretaria lo sucedido, me hizo esperar. Varios minutos pasaron hasta cuando la señora Gette pudo atenderme.

De ese primer encuentro conservo intactas varias cosas: la hermosa oficina con una agradable fragancia; la esposa del rector sentada en un lindo escritorio; su rostro impecablemente maquillado, su cabello dorado como hilos de oro, ella elegantemente vestida; pero especialmente, su mirada directa a mi abultado vientre. Sus ojos denotaban conmoción ante una estudiante joven, embarazada y  pidiendo una oportunidad para seguir su carrera. Sin dudarlo  y sin hacer muchas preguntas, firmó mi orden financiera.

Sin contratiempos, no sólo tuve a mi bebé, sino que también, tiempo después, me gradué recibiendo un merecido diploma que me acreditaba como Comunicadora Social Periodista. Luego comencé a trabajar, me fui a buscar otros rumbos y me desvinculé totalmente de la universidad. Hace unos días recordando con mi amiga Ana María aquellos viejos y buenos tiempos de universitaria, me reveló que la esposa del rector siempre le prestaba sus disfraces de la Academia para los reinados en los que ella participaba y organizaba. Como gesto de gratitud, Ana le llevaba ciruelas y almojábanas de  su pueblo Campeche.

Desde otra ciudad donde residía, siempre seguía de cerca los acontecimientos y novedades que ocurrían  en Barranquilla: Me enteraba de lo bueno,  lo malo y hasta de lo  feo. No puedo negar que me impresionó  saber que en los últimos meses a la señora Gette, (quien luego de fallecer su esposo pasó a ocupar el cargo de rectora pero el año anterior debió renunciar)  comenzaron a endilgarle un  presunto hecho delictivo, ¿creer o no creer?, esa no era la cuestión, sólo me limité a ser una ciudadana espectadora de lo que pudiera suceder, o de lo que la justicia colombiana pudiera dictaminar.

El pasado 12 de febrero, todos los noticieros del país abrieron sus informativos con las imágenes de  la ex rectora, llevada del brazo por unos agentes de la Fiscalía, haciendo efectiva la orden de captura en su contra. Verla visiblemente acongojada, vestida de  negro riguroso, poco maquillaje, y el cabello no tan arreglado como siempre solíamos apreciarle, me desdibujó una bonita figura, de aquella mujer siempre altiva, que conservaba en mis recuerdos. Pero más me conmovió hace una semana,  que  los mismos medios de comunicación divulgaron nuevas fotografías de la ex  rectora de la Autónoma, durante el procedimiento de reseña que las autoridades penitenciarias hacen a los reclusos cuando ingresan a las cárceles de este país.

Hace 18 años ella me miró con compasión cuando entré a su oficina coma una joven estudiante embarazada pidiendo una oportunidad para continuar mi semestre. Esta vez  al verla privada de la libertad, en esa triste situación para cualquier ser humano, en especial para una madre de cuatro hijos, dos de ellos todavía pequeños, soy yo quien la mira con ojos de compasión.  Ahora sólo puedo decir: que Dios se apiade de ella y que sea la justicia terrenal la que al final decida su suerte.

Porque así es la vida, como ese carrusel donde emocionadas disfrutaron mis niñas, que gira y gira, sin saber cuándo, cómo ni dónde, unas veces subiremos y otras estaremos abajo. Porque no sólo es  ascender y llegar a la cúspide de la cima, es saber avanzar sin dejar en el camino piedras que luego a la hora de descender nos hagan tropezar y caer. El poder, el dinero y la fama mal administrados, pueden resultar como un trampolín que nos lanza directo a un abismo de fondo muy espinoso y por ende doloroso.

domingo, 31 de marzo de 2013

EL PAPA SANTO QUE CONOCÍ


No puedo negar la emoción que sentí el pasado 13 de marzo, cuando desde las chimeneas de la capilla Sixtina vi salir el tan esperado humo blanco que anunciaba la elección del nuevo Papa de los católicos. En mi televisor seguí atenta  cada minuto desde que se observó la fumata, hasta una hora después cuando anunciaron el nombre de quien a partir de ese momento, se convertiría en el máximo jerarca de la Iglesia Católica.

Con beneplácito, escuché que el elegido había sido el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio. Debo ser sincera, no sabía  de quien se  trataba, su nombre era totalmente nuevo para mí, sin embargo, el hecho de que:hablara mi mismo idioma, que se convertía en el primer sucesor  Latinoamericano  en ocupar el trono de San Pedro, y que su país de origen se encuentra tan cerca de Colombia, me hizo emocionar el doble.Pero más me conmocionó cuando lo escuché hablar, en un gesto noble pedirle a sus feligreses orar por él, y luego todas sus muestras de humildad.

Sin duda, estaba ante un hecho histórico que quedará plasmado por siempre en los archivos de la vida. Personalmente es la segunda vez que presencio semejante momento memorable para quienes somos católicos, así que me aseguré de que su proclamación quedara claramente registrado, en fotos y videos que tomé desde mi televisor, con  mis hijas pequeñas en primer plano como protagonistas y testigos de ese magno acontecimiento para el mundo cristiano.

Como católica espero tener papa Francisco para rato,  y aspiro que por sus obras, mensajes y gestión social,  deje una huella imborrable en mis recuerdos y en mi corazón, porque cosa contraria sucedió con su antecesor Benedicto XVI, por quien nunca sentí  feeling, `química` por lo que sus 8 años de pontificado, pasaron, para mí, sin pena ni gloria.


 Los tres últimos papas de la historia reciente: Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco.


Estuve en primera fila

Seguramente pasará algún tiempo hasta cuando el papa Francisco visite por primera vez Colombia. Y quizá ni él mismo sepa la fecha, sólo espero  que cuando eso suceda, Dios me de licencia  para estar  con mis hijos en primera fila, y podamos conocerlo en vivo y en directo.

Y es que en vivo y en directo tuve la fortuna hace 27 años, de conocer al papa Juan Pablo II (q.e.p.d.)quien luego de anunciar en 1986 su  peregrinación por Colombia, desató de inmediato una `papamanía´, como quien dice, una `fiebre´ de papa que se extendió por los cuatro puntos cardinales de la geografía nacional, y ni yo, a mi corta edad para ese entonces, me escapé.

Recuerdo que en el colegio  Bienestar Social de la Policía Nacional donde adelantaba mis estudios de primaria, convocaron a un concurso de conocimiento sobre la biografía del Sumo Pontífice.Como era un colegio católico, apostólico y romano, dirigido por monjas, invitaron a los estudiantes a participar, así que repartieron pequeños libritos cuyo contenido  constaba de 100 preguntas y sus respuestas, relacionadas con la vida y obra del polaco Karol Wojtyla ( nombre de pila  de Juan  Pablo II). Muy juiciosa me las aprendí todas.

Días después, en el mes de julio,  el `Papa Viajero´, como solían decirle, arribó por primera vez a Colombia y Barranquilla fue su última parada luego de una  agitada semana  de recorrer 11 ciudades del país. Ese día fue de jolgorio, por lo menos en mi casa madrugamos a festejar. Mi mamá, mi hermana, yo y un nutrido grupo de vecinos de la cuadra, salimos muy temprano desde nuestra casa en el barrio Salamanca en el municipio de Soledad y caminamos rumbo hacia la  calle 30 o autopista al aeropuerto, pues  queríamos ser  testigos de primera mano, de semejante suceso que ahora cuento con mucha alegría.

Fueron 20 minutos de rápida caminata pues nos afanaba llegar a tomar un buen puesto sobre la vía pública por donde a pocas horas estaría pasando el Papa. Si mi memoria no me falla, su llegada estaba programada hacia el medio día pero se extendió un poco más. Luego de abrirnos paso entre la multitud -que apenas comenzaba a aglomerarse- y acomodarnos,  siguieron varias  horas de espera, de sol canicular, sofocante calor, desorden y empujones.

En mi retrospectiva, algo borrosa, aflora ese instante cuando su santidad Juan Pablo Segundo pasó a bordo de su llamativo Papamóvil, aunque el extraño vehículo rodaba rápidamente, pude observarlo sonriente y  siempre saludando a la multitud.Seguramente su bendición pasó rozando donde yo me encontraba.Fueron segundos como en foto finish, que permanecerán por siempre en mi memoria, al igual que en la de miles de personas que ese  día atiborraron las afueras de la Catedral Metropolitana María Reina, para verlo y escuchar el mensaje que desde el balcón impartía su Santidad.

Sin duda fue un momento sublime que seguí atenta: desde su paso frente a mí, hasta cuando observé  -en la transmisión que hacían por televisión-, que un helicóptero  alzó vuelo sobre la Plaza de la Paz de Barranquilla(recién reinaugurada con el nombre de plaza Juan Pablo II) y dentro de éste, al Santo Padre diciendo adiós para siempre.

El 7 de julio será un día que los barranquilleros no podremos olvidar. Hoy, 27 años después, puedo decir con orgullo que conocí a Juan Pablo Segundo, beatificado y en proceso de canonización que podría ser este 2013. 

Un verdadero Santo Padre, o mejor, un padre santo;de esos que obran milagros, que se veneran, a los que se les ora  (aunque todavía no conozco la Oración a Juan Pablo II) y por quien valió la pena la madrugada, la caminata, el inclemente sol  caribeño, los empujones y la larga espera que tuvimos muchos, pero no tantos, de vivir y presenciar.  


martes, 12 de marzo de 2013

¿CUÁL ES TU DON?

Hace poco más de un año, por invitación de mi cuñado Pedro Luis Díaz, tuve la maravillosa oportunidad de asistir por primera vez a una iglesia cristiana. Y asistí por simple curiosidad, pues él, quien cuenta con una cualidad muy especial que a mí particularmente me falta, y que quisiera tener en abundancia: la locuacidad, siempre hablaba bellezas de esa congregación. Me llamaba mucho la atención la manera de expresar  su aprendizaje Bíblico, enseñanzas recibidas durante más de 30 años de estar asistiendo, pero sobre todo, dos aspectos al que siempre Pedro hacía referencia, despertaron aún más el interés en mí.

Como católica, poca información tenía sobre los dones que al Espíritu Santo `el de arriba´, le ha encomendado nos otorgue a nosotros los creyentes aquí en este mundo. Esto quiere decir, que dependiendo de cada persona, sus habilidades, artes, oficios o profesión, estamos dotados de un talento especial e innato para desarrollarlo terrenalmente. Pedro, mi cuñado, dice  –y me consta- que él tiene el don de la visión para los negocios, porque puede vislumbrar oportunidades donde nadie más las ve.


Pero además de querer saber cuál era mi don, me llamó poderosamente la atención que algunos miembros de esta iglesia, tienen el poder de la profecía, palabra que según la enciclopedia libre Wikipedia, significa “don sobrenatural que consiste en conocer por inspiración divina las cosas distantes o futuras”. Así que ellos aseguran, que invocando al Espíritu Santo, pueden profetizar ciertos aspectos de tu vida que sólo Dios sabe y conoce.
Llevada por esas dos curiosidades asistí por primera vez un domingo cualquiera de enero de 2012. Ni corta ni perezosa, al término de la reunión  tal y como nos anunciaron a los nuevos, no me fui, sino que esperé sentada, silenciosa y ansiosa, a que alguien me llegara por la espalda, colocara sus manos sobre mi cabeza hiciera una oración y comenzara a vaticinar mis días venideros. 


Pasaron  pocos segundos para  que una mujer con voz tenua y apacible, se me acercara y  luego de una oración casi silenciosa, susurrándome al oído y como si fuera mi confesora y confidente de  siempre, me  hablara de los aspectos más personales de mi vida.  No lo puedo negar, quedé estupefacta, pues alguien a quien no conocía ni nunca antes había visto, me predijo lo que quería saber y escuchar. “No fue ella quien te habló, fue Dios a través del Espíritu Santo”, me aclaró mi cuñado luego de relatarle lo sucedido.


Un año después, muchas cosas de ese primer vaticinio, se han cumplido; y aunque luego de asistir  en tres  ocasiones más, no volví a la congregación cristiana, ahora puedo dar testimonio de que realmente a los seres humanos un Ser Supremo nos confirió esos dones  para  el bien de nuestros semejantes.



¿Cuál es mi don?


En esa reflexión personal y muy íntima  acerca de cuál es el don que tengo para compartir con el resto de la humanidad, he estado  desde hace un año  luego del primer acercamiento con la profecía. Pensando y pensando, analizando mis cualidades, defectos y habilidades, comencé a pedirle  al Espíritu Santo, me diera una señita, y me la mandó en forma de blog. Puede sonar extraño, pero  las cosas del Señor, llegan en el momento menos esperado, en forma de cualquier cosa y en medio de  circunstancias propicias o adversas.


Resulta que  hace 15 años me gradué como Comunicadora Social Periodista, y pese a que en mi experiencia profesional cuentan trabajos desarrollados en diferentes áreas laborales, definitivamente ha sido en la redacción periodística en la que más he ocupado mi tiempo, me he destacado y  he consolidado mi carrera.   


Hace dos años, cuando traje a este mundo a mi cuarta hija, llamada Geraldine, decidí hacer  un alto en el camino, ponerle alto indefinido a mi vida laboral, dedicarme 200% a ella y a Angeileen, mi otra bebé quien en ese entonces apenas contaba con 18 meses de edad. Entonces, me alejé de los medios de comunicación, del computador, de los periódicos y me llené consciente y premeditadamente, de  pereza mental para escribir, redactar o leer. Me sentí liberada de cierta  carga o estrés físico y mental, que genera vivir 24 horas en torno al ajetreo mediático.


No obstante, en los últimos meses comenzó a picarme  otra vez el bichito de la lectura; desde entonces, he sido muy selectiva con lo que leo. Confieso, que apenas estoy desterrando esa flojera que me acaparó, así que por el momento, mi atención sólo se centra en noticias, temas actuales, y algunos artículos analíticos. Últimamente también le he sacado gusto a la lectura de algunos blog escritos libremente por personas del común que quieren contar u opinar sobre algo. Y me gustan los que con un lenguaje ameno y sencillo, presentan  historias, anécdotas o relatos.


Fue en diciembre cuando me detuve en uno de los tantos blog que publica el periódico digital de El Heraldo de Barranquilla, llamado 'Anécdota Caribe'. Me sedujo tanto que volvió a despertar en mí el escritor dormido. En ese momento, supe que por mas que quiera dejarlo, por mas que quiera cambiar de profesión, por mas que no quiera trabajar  redactando noticias o cualquier otro género informativo, mi don está relacionado con poder escribir. Porque pase lo que pase y sin importar en que circunstancia de la vida me encuentre, siempre sigo escribiendo. La única diferencia es que ahora, mientras redacto estas líneas, lo hago sin presiones de tiempo, sueldo o  inmediatez. Simplemente porque quiero, puedo, y me da la gana.



                                        ...PUNTO APARTE 

Buscando un nombre para mi blog no fueron muchas las vueltas que tuve que dar. Desde que me propuse escribir sobre ciertos temas que son de mi interés personal, y  a medida  que  mis dos inquietas niñas de 2 y 4 años respectivamente  me dejaban  estar concentrada, pensaba  acerca del título que resumiera mi sentir, mi don y algo muy personal. 

Pero no sólo vocación, tiempo y disposición es lo que necesito para que fluyan las palabras indicadas, sin duda en la mayoría de momentos requiero de iluminación divina, ese ingrediente mágico que  puede llegarme a proporcionar la inspiración del Espíritu Santo.

Y precisamente fue ese Espíritu Santo el que inspiró el título de este blog: “Padre, Hijo, Amén”,  porque lo pensé  para reflexionar a nombre propio sobre  ciertos temas de la vida cotidiana. Y que me perdone la Santísima Trinidad, si dejo por fuera a su Espíritu Santo, pero estoy segura de que fue Él mismo, quien motivó este título para hacerle un homenaje a mi hija  de 4 años.

La pequeña cuando apenas contaba con año y medio de edad, gozaba y se divertía  asistiendo a misa dominical en la parroquia del municipio en el  Quindío donde vivimos un tiempo. Para  ella,  lo más entretenido era repetir una y otra vez las indicaciones del sacerdote, en especial la parte en  la que todos nos persignábamos. Su lenguaje precoz y en desarrollo sólo le alcanzaba para decir: “padre, hijo y  amén”, y el “espíritu santo”, siempre lo omitía.