Hace unos meses llevé a mis
hijas menores de 4 y 2 años respectivamente, a montar por primera vez en un
carrusel; los mismos que hasta ese momento sólo habían visto en muñequitos de
Discovery Kids y Disney Junior. Visiblemente emocionadas hicieron una corta
fila de niños y niñas acompañados por sus padres, y al tocarles el turno de
entrada corrieron desenfrenadas a escoger sus caballitos. La mayor buscaba el
violeta, mientras que a la pequeña poco o nada le importaba el color.
La niña buscó insistentemente el
animal morado, pero al no hallarlo desocupado, resignada y sin problema, montó
otro. En cuestión de segundos se dio inicio a la giratoria aventura que las
llenó de alegría. Definitivamente ver sus rostros sonrientes y llenos de
felicidad no tiene precio. Yo me divertía por ellas, pero sinceramente a los
pocos segundos ya estaba mareada de tanto dar vueltas y vueltas, subir y bajar.
Comparo ese carrusel de
caballitos donde tanto se divierten los niños
con la vida misma, porque gira, gira, unas veces estamos arriba, otras
abajo y al final quedamos en el mismo punto de partida que en la existencia
humana equivale a nada.
Llego a esta reflexión a propósito de la reciente aprehensión de una
prestante dama de la sociedad barranquillera, quien hace unas semanas atrás,
fue privada de la libertad tras estar siendo investigada por un presunto
delito. No soy quien para prejuzgar y mucho menos para juzgar, de eso que se
encarguen los jueces porque para eso les pagan. Y no lo hago porque como
católica creo que emitir juicios a priori es pecado. Como dice una amiga “ser
cristiana no es una religión es un estilo de vida” y todo el mundo es inocente
hasta que se le compruebe lo contrario, aunque a veces la justicia también se
equivoca y en Colombia sí que se ha
equivocado.
No quiero hacer apología, ni
alabar, ni demeritar, ni nada de nada, a nadie. Estoy convencida y la vida me
ha enseñado que no debemos prejuzgar por una simple apariencia, por que como reza el refrán, no todo lo que
brilla es oro y cuando uno menos espera, el mendigo puede ser el rey, casos se
han visto.
Corría el año
1992 cuando ingresé a la facultad de Comunicación Social Periodismo de
la Universidad Autónoma del Caribe de Barranquilla. Con mucho esfuerzo me
matricularon para materializar mis sueños de ser periodista. Mi papá con su
salario de policía activo pudo pagarme mis estudios profesionales, así que
conociendo el sacrificio económico que hacían en mi casa, me dediqué a estudiar mucho y a conciencia.
Como buena primípara, con un
grupo de compañeras nos metimos a cuanto curso y actividad extracurricular
ofrecía la `U´. A medida que pasaban los
meses, muchos de los `afiebrados´ de
primer semestre, fueron desertando. Con Ana María Held, una de las estudiantes
con quien más tuve afinidad y quien luego se convertiría en una de mis mejores
amigas (amistad que todavía conservamos), seguimos para adelante, no obstante,
a mí, la fiebre me duró solo un
semestre, a Ana, varios más.
En teatro nos encontrábamos cada
sábado con Ana María. Las clases eran impartidas en una casa grande ubicada diagonal
a la Autónoma, adecuada como la sede de los talleres de varias disciplinas
artísticas. La prestigiosa escuela en ese entonces tenía como nombre `Academia
de Arte y Gimnasia del Caribe´ de donde se ha graduado más de un actor profesional. Me acuerdo que las paredes de la
academia estaban adornadas con retratos
y fotos hermosamente enmarcados de su fundadora y directora, la señora Silvia
Gette Ponce. Los cuadros hacían alusión a instantes de algunas de las
presentaciones que por el mundo, hiciera en otrora, la ciudadana argentina
radicada en Barranquilla, cuando en sus años de juventud perteneció a una
compañía de baile.
Por lo menos a Ana María y a mí,
nos embelesaban esas bellas imágenes de
la señora con sus bellos, exóticos y
coloridos vestidos. Pero más admirábamos el hecho de que la bailarina se
convirtió después en la esposa del rector de la Autónoma del Caribe, Mario Ceballos
Araújo (q.e.p.d.) . Años posteriores la
señora Gette se graduó como
abogada, título al que le prosiguieron maestría y doctorado. La `doctora Silvia´ -como era conocida y llamada en toda la región Caribe- pasó a ocupar un importante cargo
directivo en el Alma Máter y aunque de vez en cuando la veía en la Academia, mi
primer acercamiento personal con ella fue varios semestres después en su
oficina.
Como muchos de los alumnos que
pagábamos matrícula con el salario de nuestros padres, cada principio de
semestre debíamos hacer una larga fila para pedir financiación. Por razones de
salud, ya que me encontraba en avanzado estado de embarazo de mi segunda hija,
no pude pasar la solicitud en los tiempos estipulados. Esa demora por poco
coloca en riesgo mi semestre, así que
con gran preocupación me dirigí a la oficina del Director Financiero para explicarle
mis motivos. Pero la suerte parecía jugar en mi contra pues el encargado de
autorizar mi crédito se había ido sin dejar rastro.
Fue en ese momento cuando me
recomendaron como segunda opción ‘pedirle cacao’ a la ‘doctora Silvia’, la otra directiva
encargada de autorizar los pagos por cuotas. Me mandaron donde ella, no sin
antes advertirme que no garantizaban nada, ya que antes de verla había que
solicitarle cita previa. Sin dudarlo y con mi inmensa barriga de 6 meses me dirigí a la otra oficina y tras
explicarle a la secretaria lo sucedido, me hizo esperar. Varios minutos pasaron
hasta cuando la señora Gette pudo atenderme.
De ese primer encuentro conservo
intactas varias cosas: la hermosa oficina con una agradable fragancia; la
esposa del rector sentada en un lindo escritorio; su rostro impecablemente
maquillado, su cabello dorado como hilos de oro, ella elegantemente vestida;
pero especialmente, su mirada directa a mi abultado vientre. Sus ojos denotaban
conmoción ante una estudiante joven, embarazada y pidiendo una oportunidad para seguir su
carrera. Sin dudarlo y sin hacer muchas preguntas, firmó mi orden financiera.
Sin contratiempos, no sólo tuve
a mi bebé, sino que también, tiempo después, me gradué recibiendo un merecido
diploma que me acreditaba como Comunicadora Social Periodista. Luego comencé a
trabajar, me fui a buscar otros rumbos y me desvinculé totalmente de la
universidad. Hace unos días recordando con mi amiga Ana María aquellos viejos y buenos tiempos de universitaria, me reveló que la esposa del rector siempre le prestaba sus disfraces de la Academia para los reinados en los que ella participaba y organizaba. Como gesto de gratitud, Ana le llevaba ciruelas y almojábanas de su pueblo Campeche.
Desde otra ciudad donde residía,
siempre seguía de cerca los acontecimientos y novedades que ocurrían en Barranquilla: Me enteraba de lo bueno, lo malo y hasta de lo feo. No puedo negar que me
impresionó saber que en los últimos meses a la señora Gette, (quien
luego de fallecer su esposo pasó a ocupar el cargo de rectora pero el año
anterior debió renunciar) comenzaron a
endilgarle un presunto hecho delictivo,
¿creer o no creer?, esa no era la cuestión, sólo me limité a ser una ciudadana
espectadora de lo que pudiera suceder, o de lo que la justicia colombiana pudiera dictaminar.
El pasado 12 de febrero, todos
los noticieros del país abrieron sus informativos con las imágenes de la ex rectora, llevada del brazo por unos
agentes de la Fiscalía, haciendo efectiva la orden de captura en su contra.
Verla visiblemente acongojada, vestida de negro riguroso, poco maquillaje, y el cabello
no tan arreglado como siempre solíamos apreciarle, me desdibujó una bonita
figura, de aquella mujer siempre altiva, que conservaba en mis recuerdos. Pero
más me conmovió hace una semana, que los mismos medios de comunicación divulgaron nuevas
fotografías de la ex rectora de la
Autónoma, durante el procedimiento de reseña que las autoridades penitenciarias
hacen a los reclusos cuando ingresan a las cárceles de este país.
Hace 18 años ella me miró con
compasión cuando entré a su oficina coma una joven estudiante embarazada
pidiendo una oportunidad para continuar mi semestre. Esta vez al verla privada de la libertad, en esa triste
situación para cualquier ser humano, en especial para una madre de cuatro
hijos, dos de ellos todavía pequeños, soy yo quien la mira
con ojos de compasión. Ahora sólo puedo decir: que Dios se apiade de ella y que sea
la justicia terrenal la que al final decida su suerte.
Porque así es la vida, como ese
carrusel donde emocionadas disfrutaron mis niñas, que gira y gira, sin saber cuándo, cómo ni dónde, unas veces
subiremos y otras estaremos abajo. Porque no sólo es ascender y llegar a la cúspide de la cima, es
saber avanzar sin dejar en el camino piedras que luego a la hora de descender
nos hagan tropezar y caer. El poder, el dinero y la fama mal administrados,
pueden resultar como un trampolín que nos lanza directo a un abismo de fondo muy espinoso y por ende doloroso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario