Atrévete a despeinarte
Foto tomada de la página missrizos.com |
La ciudad de Riohacha, en La Guajira, es considerada la ‘capital mundial del alicer’, designación popular que se ha ganado a razón de esta práctica
tradicional e histórica entre las damas y porque aquí se asientan
las mejores estilistas y peluqueras de la costa Caribe,
consideradas unas magas a la hora de realizar el procedimiento para
estirar los cabellos rizados y dejarlos
tan lacios, de apariencia natural y lo más parecido posible como los de las
indígenas wayuú.
Si bien los
tiempos de racismo han quedado rezagados, aún sobreviven en el imaginario de la
sociedad algunos indicios. Aún en algunas culturas como la costeña y en algunas
regiones del interior del país, las personas se creen de ‘mejor familia’ si sus
integrantes son blancos, ojos claros y
si el tipo de cabello que predomina es el lacio, porque creen que son directos
descendientes de los españoles o de cualquier otro país europeo que llegó a
conquistarnos y no de los negros africanos que se mezclaron con nuestros
nativos.
A las mujeres
costeñas en un errado concepto de no aceptarse tal como son, desde niñas nos han inculcado que si se nace
con el cabello rizado, denominado como: ‘malo’, ‘cucuo’, ‘8.888’, ‘chuto’ o cualquier otro apelativo al pelo crespo,
desde que se llegue a cierta edad toca comenzar el esclavizante estiramiento, alisado o desriz, una rutina
que puede extenderse durante toda la vida, sumada al infaltable ‘blower’ o
planchado. En caso de que sea hombre tendrá que ‘resignarse’ a dejarse el afro o
los rizos, motilarse bajito o entrar a la onda metrosexual, es decir, hacer lo
mismo que las mujeres con tal de ‘verse’
o ‘sentirse’ bien. Gastamos toda la vida invirtiendo dinero, energías y muchas horas de peluquería para cumplir con
este fin como una pesada cruz que debemos llevar siempre a cuestas.
Recientemente
una columna escrita por un sociólogo barranquillero para un medio local
titulada: ‘Mi cabello no es malo, malo es el racismo’, hizo
reflexionar en que lo que nos parece
normal e inherente a nuestra vida cotidiana, a veces raya en el racismo
o en la no aceptación de nuestra apariencia, de cómo nos vemos y de la
influencia que eso ejerce en nuestra autoestima. El mencionado columnista hizo
alusión a un interesante movimiento femenino liderado en República Dominicana
por un grupo de mujeres que se unieron para compartir vivencias sobre su
cabello rizado y que consignan en
missrizos.com. Parecería una página de temas banales; no obstante, el trasfondo
del asunto es crear conciencia sobre la autoaceptación, romper paradigmas y
salirse de los estereotipos impuestos
por la sociedad de consumo.
Las blogueras y algunas suscriptoras de ese sitio
web, narran sus experiencias y la forma como se han desprendido de los estigmas
hasta ‘despeinarse’ de los perjuicios, revelarse y liberarse hasta dejar sus
rizos sueltos al natural, quitándose de
encima un peso con el que han cargado
desde siempre. No es fácil, se trata de un proceso de cambio, de
interiorización, aceptación, originalidad, hacer caso omiso a los
parámetros impuestos por las sociedades –o más bien– las mentes en vía de desarrollo como algunas
de las nuestras.
Luego de llevar a la
práctica el ejercicio que proponen en missrizos.com, pululan los testimonios de
mujeres felices, satisfechas por haberse atrevido y lo más importante, con
ganancias para el autoestima. Sin contar con que esos pesos de más, que antes gastaban en mantenimiento capilar, ahora
lo emplean para satisfacer otros gustos personales espontáneos, no en viejas
costumbres que les impedían ver que la vanidad y lo natural, no riñen entre sí.
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