No puedo negar la emoción que
sentí el pasado 13 de marzo, cuando desde las chimeneas de la capilla Sixtina
vi salir el tan esperado humo blanco que anunciaba la elección del nuevo Papa
de los católicos. En mi televisor seguí
atenta cada minuto desde que se observó la fumata, hasta una hora después cuando anunciaron el nombre de quien a partir
de ese momento, se convertiría en el máximo jerarca de la Iglesia Católica.
Con beneplácito, escuché que
el elegido había sido el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio. Debo ser
sincera, no sabía de quien se trataba, su nombre era totalmente nuevo para
mí, sin embargo, el hecho de que:hablara mi mismo idioma, que se convertía en
el primer sucesor Latinoamericano en ocupar el trono de San Pedro, y que su
país de origen se encuentra tan cerca
de Colombia, me hizo emocionar el doble.Pero más me conmocionó cuando lo
escuché hablar, en un gesto noble pedirle a sus feligreses orar por él, y luego
todas sus muestras de humildad.
Sin duda, estaba ante un
hecho histórico que quedará plasmado por siempre en los archivos de la vida.
Personalmente es la segunda vez que presencio semejante momento memorable para
quienes somos católicos, así que me aseguré de que su proclamación quedara
claramente registrado, en fotos y videos que tomé desde mi televisor, con mis hijas pequeñas en primer plano como
protagonistas y testigos de ese magno acontecimiento para el mundo cristiano.
Como católica espero tener papa
Francisco para rato, y aspiro que por
sus obras, mensajes y gestión social, deje
una huella imborrable en mis recuerdos y en mi corazón, porque cosa contraria sucedió
con su antecesor Benedicto XVI, por quien nunca sentí feeling,
`química` por lo que sus 8 años de pontificado, pasaron, para mí, sin pena
ni gloria.
Los tres últimos papas de la historia reciente: Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco.
Seguramente pasará algún
tiempo hasta cuando el papa Francisco visite por primera vez Colombia. Y quizá
ni él mismo sepa la fecha, sólo espero
que cuando eso suceda, Dios me de licencia para estar
con mis hijos en primera fila, y
podamos conocerlo en vivo y en directo.
Y es que en vivo y en directo
tuve la fortuna hace 27 años, de conocer al papa Juan Pablo II (q.e.p.d.)quien luego de
anunciar en 1986 su peregrinación
por Colombia, desató de inmediato una `papamanía´, como quien dice, una
`fiebre´ de papa que se extendió por los cuatro puntos cardinales de la geografía
nacional, y ni yo, a mi corta edad para ese entonces, me escapé.
Recuerdo que en el colegio Bienestar Social de la Policía Nacional donde
adelantaba mis estudios de primaria, convocaron a un concurso de conocimiento sobre la biografía del Sumo Pontífice.Como
era un colegio católico, apostólico y romano, dirigido por monjas, invitaron a
los estudiantes a participar, así que repartieron pequeños libritos cuyo contenido constaba de 100 preguntas y sus respuestas, relacionadas
con la vida y obra del polaco Karol Wojtyla ( nombre de pila de Juan
Pablo II). Muy juiciosa me las aprendí todas.
Días después, en el mes de
julio, el `Papa Viajero´, como solían decirle, arribó por primera vez
a Colombia y Barranquilla fue su última parada luego de una agitada semana de recorrer 11 ciudades del país. Ese día fue
de jolgorio, por lo menos en mi casa madrugamos a festejar. Mi mamá, mi
hermana, yo y un nutrido grupo de vecinos de la cuadra, salimos muy temprano desde nuestra casa en el barrio Salamanca en
el municipio de Soledad y caminamos rumbo hacia la calle 30 o autopista al aeropuerto, pues queríamos ser testigos de primera mano, de semejante suceso
que ahora cuento con mucha alegría.
Fueron 20 minutos de rápida caminata pues nos afanaba llegar
a tomar un buen puesto sobre la vía pública por donde a pocas horas estaría
pasando el Papa. Si mi memoria no me falla, su llegada estaba programada hacia
el medio día pero se extendió un poco más. Luego de abrirnos paso entre la multitud
-que apenas comenzaba a aglomerarse- y acomodarnos, siguieron varias horas de espera,
de sol canicular, sofocante calor, desorden y empujones.
En mi retrospectiva, algo
borrosa, aflora ese instante cuando su santidad Juan Pablo Segundo pasó a bordo
de su llamativo Papamóvil, aunque el extraño vehículo rodaba rápidamente, pude
observarlo sonriente y siempre saludando
a la multitud.Seguramente su bendición pasó rozando donde yo me encontraba.Fueron
segundos como en foto finish, que permanecerán por siempre en mi memoria, al
igual que en la de miles de personas que ese día atiborraron
las afueras de la Catedral Metropolitana María Reina, para verlo y escuchar el mensaje que desde el balcón impartía su
Santidad.
Sin duda fue un momento sublime
que seguí atenta: desde su paso frente a mí, hasta cuando observé -en la transmisión que hacían por televisión-,
que un helicóptero alzó vuelo sobre la Plaza
de la Paz de Barranquilla(recién reinaugurada con el nombre de plaza Juan
Pablo II) y dentro de éste, al Santo Padre diciendo adiós para siempre.
El 7 de julio será un día que
los barranquilleros no podremos olvidar. Hoy, 27 años después, puedo decir con
orgullo que conocí a Juan Pablo Segundo, beatificado y en proceso de
canonización que podría ser este 2013.
Un verdadero Santo Padre, o mejor, un
padre santo;de esos que obran milagros, que se veneran, a los que se les ora (aunque todavía no conozco la Oración a Juan
Pablo II) y por quien valió la pena la madrugada, la caminata, el inclemente
sol caribeño, los empujones y la larga
espera que tuvimos muchos, pero no tantos, de vivir y
presenciar.