miércoles, 2 de marzo de 2016

Atrévete a despeinarte

Foto tomada de la página missrizos.com

La ciudad de Riohacha, en La Guajira, es considerada la ‘capital mundial del alicer’, designación popular  que se ha ganado a razón de esta práctica tradicional e histórica entre las damas y porque aquí se asientan las  mejores  estilistas y peluqueras de la costa Caribe, consideradas unas magas a la hora de realizar el procedimiento para estirar  los cabellos rizados y dejarlos tan lacios, de apariencia natural y lo más parecido posible como los de las indígenas wayuú. 
Si bien los tiempos de racismo han quedado rezagados, aún sobreviven en el imaginario de la sociedad algunos indicios. Aún en algunas culturas como la costeña y en algunas regiones del interior del país, las personas se creen de ‘mejor familia’ si sus integrantes  son blancos, ojos claros y si el tipo de cabello que predomina es el lacio, porque creen que son directos descendientes de los españoles o de cualquier otro país europeo que llegó a conquistarnos y no de los negros africanos que se mezclaron con nuestros nativos.  
A las mujeres costeñas en un errado concepto de no aceptarse tal como son,  desde niñas nos han inculcado que si se nace con el cabello rizado, denominado como: ‘malo’, ‘cucuo’,  ‘8.888’, ‘chuto’   o cualquier otro apelativo al pelo crespo, desde que se llegue a cierta edad toca comenzar el esclavizante  estiramiento, alisado o desriz, una rutina que puede extenderse durante toda la vida, sumada al infaltable ‘blower’ o planchado. En caso de que sea hombre tendrá que ‘resignarse’ a dejarse el afro o los rizos, motilarse bajito o entrar a la onda metrosexual, es decir, hacer lo mismo que las mujeres con tal de  ‘verse’ o ‘sentirse’ bien. Gastamos toda la vida invirtiendo dinero, energías  y muchas horas de peluquería para cumplir con este fin como una pesada cruz que debemos llevar siempre a cuestas.
Recientemente una columna escrita por un sociólogo barranquillero para un medio local titulada: ‘Mi cabello no es malo, malo es el racismo’,   hizo  reflexionar en que lo que nos parece  normal e inherente a nuestra vida cotidiana, a veces raya en el racismo o en la no aceptación de nuestra apariencia, de cómo nos vemos y de la influencia que eso ejerce en nuestra autoestima. El mencionado columnista hizo alusión a un interesante movimiento femenino liderado en República Dominicana por un grupo de mujeres que se unieron para compartir vivencias sobre su cabello rizado  y que consignan en missrizos.com. Parecería una página de temas banales; no obstante, el trasfondo del asunto es crear conciencia sobre la autoaceptación, romper paradigmas y salirse de los estereotipos  impuestos por la sociedad de consumo.
Las  blogueras y algunas suscriptoras de ese sitio web, narran sus experiencias y la forma como se han desprendido de los estigmas hasta ‘despeinarse’ de los perjuicios, revelarse y liberarse hasta dejar sus rizos sueltos al natural,   quitándose de encima  un peso con el que han cargado desde siempre. No es fácil, se trata de un proceso de cambio, de interiorización,  aceptación,  originalidad, hacer caso omiso a los parámetros impuestos por las sociedades –o más bien–  las mentes en vía de desarrollo como algunas de las nuestras.
Luego de llevar a la práctica el ejercicio que proponen en missrizos.com, pululan los testimonios de mujeres felices, satisfechas por haberse atrevido y lo más importante, con ganancias para el autoestima. Sin contar con que esos pesos de más, que antes gastaban en mantenimiento capilar, ahora lo emplean para satisfacer otros gustos personales espontáneos, no en viejas costumbres que les impedían ver que la vanidad y lo natural, no riñen entre sí.