viernes, 24 de julio de 2015

La mala costumbre de  autoetiquetarnos



Que tire la primera piedra la mujer que en algún momento de su vida no haya sido  fufurufa, insaciable, buscona, sugestiva, zángana, casquivana, muérgana  apasionada, fiestera o indomable. O mejor: melómana, roquera, urbana, adorable, amorosa, encantadora, osada, peligrosa, intuitiva, dinámica, entretenida, campeona, caprichosa, tranquila, sugestiva, amable, parcera, solidaria, celestina, sollada, o bailadora. Seguramente faltarán muchas piedras para tantas que se necesiten lanzar. 

Me le quito el sombrero a los genios de la publicidad y mercado de  Masglo que en menos de una semana pusieron a sonar y a  hablar a todo el mundo de sus esmaltes,  gracias a la polémica desatada a través de las redes sociales, por supuestas mujeres ‘indignadas’ por los calificativos con los que la  marca de belleza decidió identificar su nueva gama de colores.
Como quien dice,  los nuevos productos de Masglo tuvieron publicidad gratis y todo gracias al reclamo y a los comentarios a favor y en contra de un grupo de ‘feministas’ que se sintieron aludidas y que en un reclamo generalizado exigen  que se les respete su dignidad por considerar algunos adjetivos calificativos como atrevidos y ofensivos. 

Ofensiva la campaña que se jaló el creativo de esta estrategia publicitaria, a la cabeza de Santiago Álvarez, director de Mercadeo, quien le salió al paso a las críticas. “Los nombres de los esmaltes son un tema de recordación, para que la persona los identifique con el nombre y no con un código, como se hacía antes, nosotros no buscamos etiquetar a las mujeres, la marca busca ser el cómplice de la mujer”, explicó.

Yo les  pregunto a todas esas ‘feministas’ ofendidas si alguna vez han ido a comprar su esmalte predilecto, aquel  que tantas veces han usado  pero al que nunca recuerdan el código o número con el que se  le identifica en el envase. Seguramente el  rojo fufurufa, el azul casquivana, o el blanco aguardientera  los  recordarán más  fácilmente con estos apelativos.  Como dice el Director de Mercadeo, se trata de un tema de recordación, no de etiquetar a ninguna mujer con los adjetivos calificativos que describen sus productos.


Y es  que una mala costumbre de autoetiquetarnos o autorotularnos es la que tenemos los colombianos; de ofendernos y sentirnos aludidos con todo y de desatar controversias  a través de las redes sociales, la mejor arma actual de libertad de expresión con que  cuenta la humanidad.  Ahora debemos tener cuidado  cuando decimos blanco, negro, gordo, flaco,  gay o feo,  porque alguien se lo puede tomar demasiado a pecho y resentirse.  


Todo en extremo es dañino o como alguna vez dijo el papa Francisco, “si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo? el problema no es ser gay, el problema es el lobby gay”, es decir, recabar en algo que es inherente al ser humano y que palabras más o menos hacen referencia a la presión externa excesiva que se ejerce para recalcar  en eso que está ahí visible y que no necesita juzgamiento de los hombres porque en el reino celestial hay cabida para todos. Las indignadas están molestas, Masglo está feliz porque su producto se está vendiendo como ‘pan caliente’ y la polémica desatada fue sólo una cortina de humo que se esfumó en el ciberespacio y que sin lugar a dudas le generó mayor cotización en el mercado competitivo.

Le sugiero a Masglo dos nuevos nombres que se les quedaron por fuera: chismosa, inspirada en quienes se pasan todo el día conectadas en Facebook, Twitter o Instagram fisgoneando la vida de quienes les gusta ser fisgoneados. Y mojigata, para las mujeres  que quieren ser o parecer pero no lo son.  Y como dice el refrán: “al que le caiga el guante que se lo.... fufurufa, buscona, zángana o casquivana... allá cada quien con su negra o blanca conciencia.



lunes, 2 de febrero de 2015

Mis dos encuentros cercanos
con Diomedes Díaz



Foto tomada en Pereira durante la rueda de prensa ofrecida por  Diomedez Díaz
en el Hotel Pereira en el año 2006  

Como todos los de mi generación crecí escuchando las canciones de Diomedes Díaz. Conservo intacto el recuerdo de mi madre oyendo a todo volumen en su tocadiscos los LP tanto del ‘Cacique’ de La Junta como los de  Rafael Orozco, los cuales repetía una y otra vez por ambos lados. Estos acetatos no se rayaban, a lo sumo se le partía la aguja pero casi siempre en mi casa había guardada una de repuesto.
Desde que tengo uso de razón mi canción favorita era ‘Chispitas de oro’. Cuando me convertí en una adolescente fui incorporando en mi gusto musical muchos artistas más y de diferentes géneros, pero Diomedes y sus hermosas canciones siempre seguían allí encabezando mis preferencias. Cuando apenas pisaba los 16 años en plena flor de mi juventud y para una época de carnavales a principio de los 90, anunciaron el concierto de Diomedes Díaz y Joe Arroyo en una caseta muy cerca de mi casa. Era la oportunidad propicia para conocer a mi ídolo musical además, ambos artistas estaban en la cúspide de sus carreras así que era un espectáculo imperdible.
Como era menor de edad (en esa época las prohibiciones para los jóvenes no eran tan estrictas como ahora) al igual que mis  amigas de baile, nos vestimos y maquillamos como adultas, para parecer mayores y pasar inadvertidas en los controles de  entrada. Una vez adentro  buscamos la mejor ubicación posible, haciéndonos a pocos metros  de la tarima donde veíamos en primer plano toda la presentación. Recuerdo que llegada la hora estábamos emocionadas con Diomedes quien interpretó magistralmente todos sus éxitos, verseó, improvisó y encantó a toda su fanaticada, incluyéndome. También conservo intacto en mi memoria que por estar tan cerca veíamos más de la cuenta lo que unas  jóvenes  criadas en medio de sanos ambientes, no deberíamos haber presenciado y que en su debido momento tampoco comprendíamos. 
Aparte de cantar y tomar licor, casi que al mismo tiempo, Diomedes a un lado de la tarima inhalaba un polvo blanco que parecía lo ‘activaba’ más de la cuenta. Años después entendí que era cocaína. Ese primer encuentro cercano con el ‘Cacique’ no lo quitó de mis preferencias vallenatas, continué admirándolo, pero como artista,  más no como persona.
La carrera de Diomedes la seguí hasta cuando lo encarcelaron por la muerte de Doris Adriana Niño, cuando  estuvo enfermo postrado en una silla de ruedas y hasta cuando lo encarcelaron en Valledupar desde donde preparó un trabajo discográfico con Franco Arguelles el cual no gozó de la misma aceptación ni éxito que los anteriores. 
Después al unirse con Iván Zuleta la casa disquera Sony Music intensificó la promoción de su nuevo CD y como estrategia de mercadeo llevó de gira a Diomedes por todo el país, incluyendo Pereira, la ciudad donde yo residía y me desempeñaba como periodista de Farándula.
Casi 20 años después de ese primer encuentro en la caseta de Barranquilla, sin propiciarlo, tendría por segunda vez a Diomedes cara a cara durante la rueda de prensa con los medios de comunicación del Eje Cafetero, donde mostró  secuelas de la enfermedad y problemas para responder  las preguntas que se le formulaban, varias de sus respuestas fueron incoherentes, considero que fue un sacrificio de promoción que hizo, más no gozaba de plenas facultades.
Ese día no dejé pasar la oportunidad de tomarme una foto con el ídolo vallenato de todos los tiempos y mucho menos, faltar a su concierto en el estadio Hernán Ramírez Villegas. 
Esa noche Diomedes, se hizo esperar más de la cuenta, llegó tarde, era notoria su embriaguez, se le olvidaban las letras de las canciones y no tenía en óptimas condiciones su voz. Contraria fue la majestuosa interpretación del acordeón que hizo el joven Iván Zuleta. Muchos fanáticos como yo salimos decepcionados y convencidos de que el ‘Cacique’ estaba en su ocaso.
Ese segundo  y último acercamiento con uno de los más grandes del vallenato, volvió a mi memoria el pasado martes mientras veía  el primer capítulo de la serie de televisión que muestra su vida y obra. Muy acertada la historia, especialmente el momento en que el personaje interpretado por el joven abogado actor y cantante, Orlando Liñán, llegó al camerino del Parque de la Leyenda Vallenata donde sentenció que no saldría a cantar por temor a las críticas que recibiría luego de su retorno a los escenarios tras haber quedado en libertad. Yo fui una de las que lo criticó en la vida real después de presenciarlo en aquel concierto de Pereira.
La realización televisiva del Canal RCN me tocó la fibra; buena actuación, excelente fotografía y un impecable trabajo de producción que pese a todo pronóstico de algunos detractores, se ubicó en el primer lugar del rating nacional. La historia parece será ajustada a la realidad tal como lo pidió el mismo Diomedes durante las entrevistas previas que le hicieron, al fin y al cabo en su vida sus actuaciones personales nunca fueron un misterio. Para nadie es un secreto que no era un santo y que llevaba una vida llena de excesos y derroches. Pero sí resulta interesante conocer  al ser humano humilde, de origen campesino, generoso, con un gran talento para componer, cantar, enamorar mujeres y encantar a una inmensa fanaticada que aún después de muerto sigue queriéndolo.