jueves, 13 de noviembre de 2014

Donar órganos, un acto de vida después de la muerte

La ley 73 de 1988 decreta que “Sólo se podrá proceder a la utilización de  los órganos, componentes anatómicos y líquidos orgánicos cuando exista consentimiento del donante, del receptor, de los deudos, abandono del cadáver o presunción legal de donación”. 

A simple vista pareciera una ley de las miles que existen en Colombia, pero como la mayoría de normatividad colombiana solo están escritas ( y mal concebidas) en el papel porque distan de la realidad y la práctica.

De acuerdo con cifras reportadas por el Instituto Nacional de Salud, entre enero y septiembre del 2013 se registraron 262 donantes reales de órganos, mientras que en el mismo periodo del 2012 fueron 298, lo que significa que se presentó una reducción de 12.1%, lo que representa 7 donantes por cada millón de personas. Algo así como las mismas probabilidades de ganarse la lotería.

Para quienes gozamos de buena salud, estas cifras podrían simbolizar frías estadísticas. No obstante, detrás de cada número hay un drama, una persona, una familia sufriendo y a la espera de un milagro. Lo paradójico es que todos podemos convertirnos en ‘santos’ y contribuir a que ese sueño de vida para algunos se haga realidad, que cese la agonía de algún desconocido o que se acorte su angustioso tiempo de espera que en ocasiones puede carcomer más rápido el alma, el cuerpo y el espíritu que la misma enfermedad que padece.

Se estima que en Colombia más de tres mil personas se encuentran en lista de espera de un órgano, de los cuales 450 son niños. Algunos han permanecido
expectantes seis meses, dos años o más; mientras que muchos otros han muerto por una indefinida espera.
En nuestro país no hay consciencia ni sensibilidad a la hora de donar órganos. Con una alta tasa de mortalidad como la que tiene Colombia no es justo que esos órganos o tejidos se conviertan en ‘manjar’ de gusanos bajo tierra, o que se incineren en los hornos crematorios.

El representante a la Cámara por Bogotá, Rodrigo Lara Restrepo, radicó un proyecto de ley con el que busca modificar la Ley 73 de 1988 y la 919 de 2004 relacionada con la donación de órganos. Con dichas modificaciones se pretende atender de manera efectiva la demanda, necesidad, anhelo, angustia y la única esperanza de miles de colombianos.

Sobre los mitos y desinformación que existe en torno a la donación de órganos, la Fundación Donar Colombia aclara que para poder donar algún órgano, la  persona debe morir en cuidados intensivos o urgencias de un hospital bajo condiciones de muerte encefálica. Sólo así puede mantenerse el cuerpo artificialmente desde el momento del fallecimiento hasta que se produce la extracción.

Por ser procedimientos de alta complejidad los trasplantes son realizados en instituciones especiales que cuentan con una alta infraestructura y con profesionales entrenados en esa área, lo cual hace imposible que se obtengan órganos en la calle (tráfico de órganos) como tantas veces se ha especulado.
Fundonar enfatiza que sólo ante una necesidad extrema, frente a la falta de donantes cadavéricos, se plantea la posibilidad del donante vivo, debiendo existir un vínculo familiar. Esta alternativa se refiere únicamente al caso de trasplantes renales y hepáticos. El órgano más común que se dona en vida es el riñón, ya que
una persona puede desarrollar una vida normal con uno solo en funcionamiento. Parte del hígado también puede ser trasplantado.

La donación de órganos entre familiares está permitida exclusivamente cuando se estima que no afectará la salud del donante y existan perspectivas de éxito para el receptor.El Instituto Nacional de Salud brinda asesoría sobre donación de órganos a través de su línea gratuita nacional 018000-113400 (atención 24 horas), o en su página web.

La donación de órganos debería ser un acto de solidaridad, de amor por el prójimo, un acto de vida después de la muerte.

viernes, 3 de octubre de 2014

Le perdí el hilo a la TV nacional 


¿Será que a los libretistas colombianos se les agotó la imaginación?
¿Será que están sufriendo de pereza mental para crear
historias cargadas de otros ingredientes distintos a los que nos vienen entregando hasta saturarnos en los últimos 10 años?”.

Resulta más entretenido y educativo ver seriados infantiles como Phineas y Ferb, Jorge el Curioso o La princesita Sofía que la aburrida,  monótona y trillada programación de los canales nacionales emitidos en el prime time.

Desde hace algún tiempo me volví apática a perder mi valio­so tiempo sentada durante ho­ras frente a un televisor para ver la decadente televisión nacional que nos ofrecen los canales nacionales, especial­mente Caracol y RCN en sus horarios familiar y Triple A, que es la franja que por lo ge­neral tenemos disponible para dedicarnos con tranquilidad y sin afugias al ocio o al entrete­nimiento.
Pero, ¿qué nos están ofre­ciendo esos canales en el hora­rio comprendido entre las 8:00 p.m. después del noticiero y las 10:00 p.m., hora promedio en que quienes trabajamos fuera de casa nos vamos a dormir? Creo que, y con todo el respeto que se merecen quienes están en desacuerdo, programación basura.
Pasando y pasando canales, recientemente me encontré con un documental que trans­mitía precisamente Caracol, con testimonios de críticos de televisión, realizadores, acto­res y directores, quienes da­ban fe que a lo largo de los 60 años de historia de la ‘pantalla chica’ en Colombia, los pro­gramas más exitosos, los más vistos y con más audiencia de todos los tiempos han sido los que llevan altas dosis de hu­mor.
Es decir, que los que más venden por encima de saturados temas cliché en los que se han enfras­cado algunos libretistas como el narcotráfico, la prostitución, la guerra, la infidelidad, etc., son los que nos hacen reír o en los que en su contenido refle­jan la cotidianidad del colom­biano.
En este apartado se inclu­yen también los musicales, programas de concursos y uno que otro reality, excluyendo ‘Protagonistas de telenovela’ (en el que solo escogen bonitas, voluptuosas y musculosos) o Yo me llamo (en el que tenemos que soportar las arrogancias de Amparo Grisales y sus dis­cusiones constantes con Jairo Martínez).
Asimismo, hacían un re­cuento por esas inolvidables series y telenovelas que nos hicieron morir de la risa por sus ocurrencias; pasando por Gallito Ramírez, Romeo y Bu­seta, Los Chinches, Dejémo­nos de Vainas, Yo soy Betty la Fea, Pedro el Escamoso, Los Reyes, La costeña y el cachaco, Sábados Felices, Hasta que la plata nos separe, Los Umaña, El man es Germán, Francisco el matemático, y hasta Padres e Hijos (en sus primeros años).
Entonces, si los mismos ca­nales son conscientes de que el humor es lo que vende, ¿por qué se han enfrascado en `in­vadir´ nuestros hogares en el horario triple A con narcono­velas como ‘Sin tetas no hay paraíso’, ‘El Capo’ (I,II,III) ‘El Mariachi’, ‘Pablo Escobar el patrón del mal’, El Cartel, Las muñecas de la mafia, La viuda de la mafia, ‘Rosario Tijeras’ y no pare de contar, porque la lista es larga.
Esto me hace pensar: ¿Será que a los libretistas colombianos se les ago­tó la imaginación? ¿Será que están sufriendo de pereza men­tal para crear historias carga­das de otros ingredientes?
Quizá estas temáticas sean de gran auge en el extranjero, pero considero que los colom­bianos estamos cansados de que nos hagan recordar ese pasado turbio de violencia y narcotráfico que vivimos, el cual nos  ha dejado secuelas y es­tigmatización.
Como si fuera poco, conside­ro que RCN TV ha caído bajo al transmitir enlatados brasi­leños que parecen historias sin fin.
Esta semana comenzó la emisión de La Voz Kids, que traerá nuevos aires a la franja prime time. Por lo menos así ha quedado demostrado con pocos capítulos al aire en el que niños y niñas del común nos hacen emocionar, reír y hasta llorar con sus talentos y ocurrencias.
Por lo menos, La Voz Kids es un programa que se podrá ver en familia acompañado de nuestros hijos. Caracol se ano­tó un acierto con este progra­ma infantil que refrescará la aburrida y monótona progra­mación.
Cuando La Voz Kids termi­ne yo seguiré pegada al tele­visor: no para ver los canales nacionales que no llenan mis expectativas como televidente, sino al lado de mis hijas peque­ñas viendo Phineas y Ferb, La princesita Sofía, Jorge el Cu­rioso o los Padrinos Mágicos, programas más educativos y entretenidos que por lo menos me hacen pasar un divertido rato en familia.