sábado, 15 de junio de 2013

EL CONTRASTE DE LA GUERRA Y EL PROGRESO


Retrospectiva del atentado con bomba contra el ex presidente  Álvaro Uribe Vélez hace 11 años en Barranquilla


                                                        Foto tomada de www.skyscrapercity.com      

 Panorámica nocturna de la Avenida del Río Barranquilla


Confieso que soy poco amiga de las celebraciones rimbombantes y públicas, y menos si  la homenajeada soy yo. Así que el pasado domingo 12 de mayo  como la mayoría de mamás en Colombia yo también conmemoré el Día de las Madres pero a mi manera. Ese día entre varias opciones propuestas por mi esposo escogí  ir con las niñas a conocer la nueva y tan mencionada Avenida del Río de Barranquilla, y de regreso, entrar a recorrer el Museo del Caribe que recién celebró su cuarto aniversario de abierto al público. Obras de gran impacto y reflejo de los pasos agigantados del desarrollo urbano de 'Curramba la Bella'. Un plan sencillo pero pensado especialmente para  disfrutar en familia.

Así las cosas, tomamos la carrera 46, vía reconstruida y adecuada para ser  una de las troncales  del Sistema de Transporte Masivo de Barranquilla, Transmetro. Mientras recorríamos  la avenida también conocida como ‘Olaya Herrera’, pensaba en el vertiginoso progreso que esta ciudad de la costa atlántica colombiana ha tenido en los últimos años. Aunque –es lamentable reconocer- que esa prosperidad (social, económica e industrial) esté yendo de la mano con algunos problemas de inseguridad generados por delincuencia común y organizada que tienen  agobiados y muy preocupados a los barranquilleros.

Con mucha expectativa iniciamos nuestro recorrido hacia la calle 30 con la 46, intersección que tiempo atrás se constituía en una de las más caóticas, ruidosas y contaminadas de esta capital. Por ese punto,  atravesado por una de las ramificaciones del río Magdalena denominado ‘Caño de la Auyama’,  históricamente transitaba: el desorden vehicular, el bullicio de la gente, la invasión del espacio público con ventas informales de todo tipo, (especialmente de pescado) los olores nauseabundos, la contaminación visual y auditiva;  y aunque no me consta, el microtráfico de estupefacientes. 


Así que con todo ese panorama poco alentador que siempre conocí, que conservaba en mi memoria y al que los barranquilleros nos habíamos mal acostumbrados, me sorprendió cuando al llegar a esa zona del mercado público llamada ‘Barranquillita’, me encontré de frente con una realidad actual distinta a la de otras épocas. Esta vez, mi primera grata impresión fue con una urbe que se está abriendo paso a la modernidad, que  está reestructurándose y  ‘poniendo en orden la casa’.


Sin embargo, a pesar de redescubrir un ambiente despejado y descontaminado de toda esa maraña de confusión que reinó en antaño, fue inevitable que mi mente retrocediera hasta aquel fatídico 14 de abril de 2002 cuando una explosión estremeció  no sólo a ese populoso sector, sino a toda Barranquilla. Como quien dice, pasar por allí después de tantos años, generó una reacción automática e inconsciente en mi memoria que provocó se me ‘devolviera la película’. 


Casi matan al futuro presidente


                                        Así quedó el campero en el que se movilizaba el candidato Álvaro Uribe Vélez 


Era domingo, un día aparentemente tranquilo para  los periodistas que en la capital del Atlántico cubríamos las noticias Judiciales. Fue tan apacible la mañana que el rutinario recorrido que cada día hacíamos por las diferentes fuentes de  información (comando de la Policía, hospitales, Medicina Legal etc.) terminó más temprano que de costumbre. En casi todas las calles de Barranquilla se respiraba un ambiente de normalidad asociado a calles solitarias, poco tráfico vehicular y de personas. Sólo la algarabía generada por la música a alto volumen irrumpía la quietud dominical en algunas  cuadras y esquinas.

Antes de mediodía, con Edwin Torres Padrón y Manuel Pérez Fruto, mis compañeros de entonces en la Crónica Judicial, del diario La Libertad, ya habíamos regresado de vuelta al periódico para redactar las noticias encontradas durante esa jornada. Cada quien escribió lo suyo, así que antes de las dos de la tarde ya teníamos lista la edición del lunes 15 de abril de 2002, sólo restaba diagramar el cuadernillo y al periodista de turno (ese día Manuel  Pérez) le correspondía esperar unas cuantas horas más por si algo de último momento acontecía.


‘Mañe’ y yo nos quedamos otro rato en la sala de redacción dedicados a diferentes tareas. Como yo vivía inmersa en mi ‘pequeño mundo judicial’, más bien era poca la actualidad política que conocía, por cierto, muy agitada por esos días de campaña electoral en Colombia. Algo había escuchado sobre la visita ese fin de semana a la ciudad  de un candidato presidencial llamado Álvaro Uribe Vélez, nombre que en ese entonces para mí, como para muchos ciudadanos residentes en esta región costera, no  era muy familiar.


Recuerdo que  pasada las tres de la tarde, me preparaba para partir a casa. De repente un estruendoso ruido sacudió y estremeció las instalaciones del periódico y todo a nuestro alrededor. Con Manuel Pérez comenzamos a monitorear las comunicaciones policiales y a llamar a diferentes lugares a indagar sobre el origen de lo que se había escuchado  como un bombazo, sospecha que en cuestión de minutos confirmamos.


Raudos salimos  en nuestro viejo Chevrolet Sprint con dirección al  centro de la ciudad. Siguiendo las coordenadas de la onda explosiva y nuestro instinto periodístico, tomamos la carrera 45 encontrándonos a pocas cuadras con un campero Toyota Land Cruiser, color oscuro, semi destruido y  literalmente en rines. Curiosos desprevenidos que observaban atónitos el automotor, nos narraron que en éste se desplazaba con sus escoltas Álvaro Uribe Vélez y que pese al potente artefacto que estalló a su paso por Barranquillita, todos habían salido ilesos. Horas  después el mismo Uribe Vélez nos relató que la pericia del conductor y el alto blindaje de la camioneta los salvó  milagrosamente no sólo de la bomba, sino también de los proyectiles con que intentaron rematarlos en el mismo lugar del atentado.



Un campo de batalla

Lo que aconteció después del ataque terrorista sin precedentes en la capital del Atlántico, fueron escenas que yo personalmente sólo había visto en películas y en imágenes emitidas en los noticieros nacionales durante  la época de las  arremetidas violentas del tristemente célebre Pablo Escobar y otros carteles colombianos de la droga.

Personas corriendo despavoridas de un lado a otro, llanto, caos, sangre, sonido de ambulancias, policías por todas partes, hospitales recibiendo heridos, y lo peor: 3 muertos en el sitio de los hechos ( dos personas más fallecieron posteriormente) dejó ese tétrico domingo.



El Hospital General de Barranquilla recibió gran parte de las personas afectadas, así que mientras Manuel Pérez recopilaba la información de las víctimas fatales, yo me dirigí hacia ese centro asistencial para  contabilizar y escuchar de viva voz el testimonio  de los lesionados. La mayoría de esos heridos provenían del asentamiento subnormal conocido como ‘Las Colmenas’,  ubicado a un costado del puente de la carrera 46 con calle 30 (a pocos metros del atentado) y donde residían en condiciones deplorables cerca de 200 familias, la mayoría integrada por vendedores informales de pescado y verduras.  

Los niños, las mujeres y los adultos mayores  llevaron la peor parte, pues quizá por el hecho de ser domingo en la tarde, eran quienes se encontraban en sus casas descansando o dedicados a los quehaceres domésticos. Más de 20 personas vi entrar al hospital sangrando, aturdidos, algunos pidiendo auxilio, mientras otros llorando se preguntaban ¿por qué a mí?. A lo mejor la respuesta más aproximada sea: una jugada de mala suerte del impredecible destino.   


Once años después de ese trágico episodio que por siempre quedará marcado en la historia reciente de Barranquilla, las familias afectadas seguramente  todavía lo conservan intacto en sus memorias; otros ya habrán olvidado, por su parte el hoy  ex presidente de Colombia (quien se ha salvado de varios atentados) sigue “vivito, coleando” y vigente. Mientras tanto la vida en esta ciudad continuó su rumbo y su camino hacia el progreso que pareciera no detenerse. Un inevitable contraste entre la guerra y la prosperidad, a propósito de los diálogos de paz que en estos momentos se desarrollan en medio de un cruento conflicto armado que todos soñamos acabe algún día.   

                               
                                               ...PUNTO APARTE

Dedicado a todos mis ex compañeros del Diario La Libertad, de quienes mucho aprendí y a su director-fundador don Roberto Esper Rebaje por haberme dado la oportunidad de aprender en su maravillosa 'escuela'

Jorge Enrique Payares Nieto: Trágica tarde de domingo, la mañana había estado floja y el turno judicial pintaba suave, todos augurabamos una salida temprana, y vea la visita del candidato presidencial se volvió un suceso inolvidable y nos recordó que los turnos judiciales en el periodismo son impredecibles y cambian el curso de las cosas en un fragmento de segundo. Buenísimas tus letras Margarita, pero más bueno es que lo escribas para que nadie nunca lo olvide.

Guillermo Josée González Pedraza: Les recuerdo que a mí me encargaron la misión de ir con Uribe en su recorrido. Primero en la tiendecita, después por el río. Llegamos a la Sociedad Portuaria y me fui a revelar. Dejé a Óscar y a Capella con el candidato. Cuando estaba listo para revelar sonó la bomba. Salí con el sr. Eduardo y tomé a Uribe con Maloff en la 45 con 42 y el Montero. Luego seguí al puente y peleé con el policía que no me dejaba pasar por que habían más explosivos. Al llegar al puente tome varias fotos de  sangre  y adivinen que pasó?... se me acabó el rollito. Como siempre Capella me dio dos ‘colitas’. Llegó después Satur y fuimos al hospital Barranquilla. Buena experiencia llena de adrenalina y aprendizaje. Gracias Elvis por recordarla.